domingo, 10 de enero de 2010

A veces.

Solo me reconozco cuando escribo, es el único momento en el que no miento en lo que digo y sangro tanto que en ocasiones dejo de latir. Cuando mi humilde poesía quiere salir corriendo, huyendo de mi boca y mis manos, entiendo de lo que estoy hablando. El resto del tiempo me paso escondiendo lo que no quiero decir, por miedo a mí misma, por miedo a que mis piernas vayan más rápido que mis posibilidades y caiga por el inmenso precipicio que siempre hay al final, sin paracaídas, sin alguien que lamente mi pérdida. Quisiera que los versos desordenados y tímidos acariciaran mi alma y me acercara a mis dudas, que resolviera los acertijos que abren puertas, que besaran mis manos con compasión y eterna dulzura. Pero lo cierto es que ni siquiera podemos llamar verso a esto y probablemente, tampoco esto sea poesía. Me encantaría que mis sueños rimaran, que me acariciaran con eternas aliteraciones, que el sonido de los deseos se convierta en eco en mi cabeza y no deje de recordarme, inagotable, para lo que he nacido. Echo en falta mi palabra, no tener las costillas astilladas, no tener la espalda llena de arañazos; Echo en falta no sentirme estúpida por lo que a mí me duele, dejar de pensar que no tengo motivos para quejarme. Yo lloro por lo que me da la gana. Sí, echo de menos respetarme.

Quisiera sentirme entera a pesar de los pesares. Quisiera encontrarme completa no solo cuando escribo, que la timidez no me venza en cada batalla y que de golpe y porrazo me convierta en esa que anda pululando por los rincones de mi alma.

Quisiera no ser títere ni marioneta, mover mis fichas en mi tablero, hacer enroque si quiero, mover al rey por mi torre y no esconderlo, es mi juego. Quisiera comerme una y contar veinte, o que cada vez que llegue a casa, camine diez casillas más, pero no me dejo. Sí, no me dejo ganar. Nunca un verbo reflexivo a dado tanto que pensar, sí, es así, yo no me dejo ganar. Cómo pretendo salir triunfante de todo esto si ni siquiera me he leído las reglas, a qué aspiro sintiendo que no me merezco tener todo lo que anhelo o conseguir todas esas metas.

Ojala supiera por donde empezar o por lo menos hasta donde tengo que llegar, pero los manuales de instrucciones solo explican materia técnica pocas veces aplicable a la realidad.
Me encantaría que me estuvieras escuchando en estos momentos, probablemente saldría de tu boca “déjate de tonterías”, pero ¿no te había explicado ya, que todo lo que escribo es lo que soy?. Precisamente por esto no hablo.

Quisiera sentirme rosa rodeada de margaritas, o ser el sí de un pétalo esperanzador que resucita la certidumbre y mantiene vivo al deambulante del Averno. Quisiera ser la gota de lluvia que renace vida, el fuego que caliente, la nieve que juega, el pobre que lucha. Quisiera ser definitivamente todo aquello que escribo.

Supongo, que querer es poder. Que merezco lo mejor (si no lo pienso yo, no lo hará nadie por mí). Solo tengo que conseguir que la suerte me mire de frente para poder decirle que no la necesito. Que me valgo por mi misma.

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