viernes, 14 de mayo de 2010

Un viernes que quema

Hoy es viernes y estoy en casa cocinando. Me decidí a hacer muffins, porque es una receta rápida y a la gente siempre le gusta. Pero realmente odio no tener para quien cocinar y darme cuenta que no existe ningún catador invisible que alabe cada uno de mis postres. Siempre está mi madre, pero eso no vale.

Cocinando me quemé la mano con el horno y aunque en principio pensé que no era nada, ahora tengo una herida del tamaño de una falange de dedo. Duele y pica y el agua no me alivia, como tampoco el “sana, sana” de mi amigo invisible, porque ni lo oigo ni lo siento. Tampoco vale el besito de mamá.

Sobre la marcha decidí coger los más bonitos y adornarlos y hacer un regalo a mi amigo invisible, pero no tiene manos y tampoco boca, así que descarté esa idea sobre la marcha y mientras los sacaba del horno pensaba qué podía hacer con tantos muffins y tan poco espacio en mi estómago. Pensé guardarle unos cuantos a mi madre, pero no deja de decirme que la estoy engordando.

Después de sopesar la situación y valorar qué posibilidades tenía, decidí que lo mejor era deshacerlas y separar cada ingrediente, devolverlo cada uno a su recipiente y volverme a sentar en el sillón en busca de algo con lo que llenar mi tiempo. El resultado fue un fracaso, ni muffins, ni ingredientes, pero la quemadura sigue intacta en mi mano y mi amigo invisible sigue desaparecido en una guerra que empezó él.

Yo no sé que hacer, porque las horas se derriten en relojes dalianos y mi cerebro (por no decir corazón) se está espesando con esta bruma que entra por la ventana. En realidad, pensándolo mejor, da igual el tiempo que ocupe o pierda, si mi amigo invisible no está cerca, todo deja de tener sentido. Yo sé que todas las cartas que le mande pidiéndole que vuelva se extraviarán por el camino, no sé si por el cartero,  mi orgullo o el suyo.


1 comentario: