sábado, 30 de abril de 2011

Feliz día de la madre, mamá.

No pecaré de rutinaria y diré que mi madre es la mejor del mundo, pero sí diré que mi madre es la mejor de mi mundo, ese que se ha ido construyendo gracias a las inagotables fuerzas de ella. Es capaz de derretir corazas de hielo que me rodean, de quitar cada una de las piedras de mi camino (aunque sean muchas y sus manos sean pequeñas), consigue diluir miradas que me atraviesan y restarle importancia a los problemas que he tenido. Ella es ese hombro empapado, esas tardes frías de desamores, esas victorias conseguidas, esas enfermedades con sopa, esa herida con tirita y esos silencios con caricias en el pelo que sanan realidades.

Ahora que ya no es la primera cara que veo al despertarme me doy cuenta que esos dos hermosos ojos entre verdes y amarillos, son todo lo que necesito para saber que puedo comerme el mundo. Por todas esas veces que pacientemente esperaste a que cayera para más tarde recogerme y por todas otras tantas que me animaste a conseguir quimeras, te mereces que te agradezca todo lo que he conseguido y que te regale todo lo que soy.

Sé que por mucho que crezca, soy una de tus niñas y que mi nuca seguirá recordándote esos momentos en los que entre tus brazos me arrullabas y que por mucho que pase el tiempo, tu perfume, tu voz y tus palabras llenaran los recuerdos más bonitos de mi vida. Una alegría, cuando sé que puedo compartirla contigo, duplica mi felicidad y una decepción se apacigua si son tus manos las que me consuelan. Madre solo hay una y yo no podría estar más orgullosa de la mía.

Ella es guerrera, inagotable. La mujer más luchadora que conozco. Por todo lo que me ha dado y por todo lo que ha callado, ahora es mi turno, ya puede descansar entre mis brazos y en el de mis hermanos. Ahora nos toca cuidar de ella (aunque no se deje) y devolverle todo lo que ha hecho por nosotros.  

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