lunes, 30 de agosto de 2010

Lluvia de estrellas

Qué pequeños y míseros somos. Subimos al sitio más alto que tenemos a nuestro alcance, nada en comparación con las montañas que decoran el planeta, pero suficiente para nosotros, que todo nos parece inmenso. Todos los deseos, todos los sueños, todas las metas y aspiraciones se congelan en el instante en el que cerramos fuertemente los ojos al ver una estrella fugaz. En ese momento, la ilusión que te hace ver semejante maravilla evapora cualquier atisbo o intención de soñar. Las perseidas no son como las velas de cumpleaños que te dejan en un santiamén ilusionarte con un deseo y soplar. Las lágrimas de San Lorenzo se derraman y tú con ellas, su actuación estelar maravilla y nos vuelve párbulos. Qué pequeños e insignificantes, qué inocentes y que cortos de miras que somos, pero que suerte tenemos de poder sonreír y entusiasmarnos con esa lluvia de meteoros que religiosamente se pasea por nuestros cielos unas noches al año.


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