jueves, 3 de febrero de 2011

Doce campanadas.

Entre el espacio vacío que queda entre tus labios me sumerjo en un submarino de suspiros que atraviesan tus dientes como cuarzos que acicalan cada palabra que regalas. Me enredo con tu lengua y floto en tu agua, nadando con delfines que traviesos me engañan. Doy las doce campanadas que auguran un nuevo año y me como las uvas. Una por tus miedos y desplantes, dos por lo que fuimos y encontramos juntos, tres por mi paciencia y cuatro y cinco por lo que nos acerca. Seis por lo que me enseñaste, siete por lo que fui contigo, ocho y nueve por el espacio que nos distancia y diez por lo que mentimos. Las últimas me las guardo por si las otras no crecen y así planto sus pipas entre muelas y agravios esperando que me dejes regarlas. Quién sabe si después tenemos un exquisito vino con el que cenar o acompañar infinitas palabras que se desordenan en el pentagrama de tu voz. Si tan solo cierro los ojos un instante, te veo cumpliendo cada desvarío que me dicta mi cabeza, caminando enormes senderos sin rumbo que nos pierde y nos encuentra. Solo pido que seas tú, para poder ser yo, cocer un hilo inmenso que acerque nuestras diferencias y tejer una misma manta que nos esconda. Debajo de ella una linterna y mil historias.  


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