martes, 22 de marzo de 2011

Vaivén

No será ningún “pero” ni ningún “pues es que” el que rebata la certeza más absoluta e inapelable que existe: tus pies nunca pueden descansar. Tienen ese temblor que hace sísmica mi vida, que derrama todo los vasos de la mesa y que acuna cada uno de mis sueños. Podré decirte mil veces que los dejes dormir, que de vez en cuando quieren dejar de dar esos incesantes botitos que desesperan a cualquiera que hagas moverse a tu son, pero la verdad, que tus pies en su hiperactividad, marcan el ritmo de mi corazón. Reconozco que de vez en cuando entorpecen mi calma, pero no hay tranquilidad mejor desaprovechada que con la epinefrina que desborda tu pálpito. Cuando estás en ebullición, revuelto, entusiasmado, con ese inagotable chachachá, cuando mueves tus pies, entonces, alegras mi vida. Y es cuando cierro con fuerza los ojos, no en cabreo, sino en obstinación y deseo con cada pestaña y arruga que me verás salir, que nunca, jamás pare el alboroto de tus pies.


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