miércoles, 26 de mayo de 2010

viernes, 14 de mayo de 2010

Un viernes que quema

Hoy es viernes y estoy en casa cocinando. Me decidí a hacer muffins, porque es una receta rápida y a la gente siempre le gusta. Pero realmente odio no tener para quien cocinar y darme cuenta que no existe ningún catador invisible que alabe cada uno de mis postres. Siempre está mi madre, pero eso no vale.

Cocinando me quemé la mano con el horno y aunque en principio pensé que no era nada, ahora tengo una herida del tamaño de una falange de dedo. Duele y pica y el agua no me alivia, como tampoco el “sana, sana” de mi amigo invisible, porque ni lo oigo ni lo siento. Tampoco vale el besito de mamá.

Sobre la marcha decidí coger los más bonitos y adornarlos y hacer un regalo a mi amigo invisible, pero no tiene manos y tampoco boca, así que descarté esa idea sobre la marcha y mientras los sacaba del horno pensaba qué podía hacer con tantos muffins y tan poco espacio en mi estómago. Pensé guardarle unos cuantos a mi madre, pero no deja de decirme que la estoy engordando.

Después de sopesar la situación y valorar qué posibilidades tenía, decidí que lo mejor era deshacerlas y separar cada ingrediente, devolverlo cada uno a su recipiente y volverme a sentar en el sillón en busca de algo con lo que llenar mi tiempo. El resultado fue un fracaso, ni muffins, ni ingredientes, pero la quemadura sigue intacta en mi mano y mi amigo invisible sigue desaparecido en una guerra que empezó él.

Yo no sé que hacer, porque las horas se derriten en relojes dalianos y mi cerebro (por no decir corazón) se está espesando con esta bruma que entra por la ventana. En realidad, pensándolo mejor, da igual el tiempo que ocupe o pierda, si mi amigo invisible no está cerca, todo deja de tener sentido. Yo sé que todas las cartas que le mande pidiéndole que vuelva se extraviarán por el camino, no sé si por el cartero,  mi orgullo o el suyo.


lunes, 3 de mayo de 2010

Tecum.

Odio encontrarme con esas verdades evidentes que ni la razón es capaz de desmentir. Duele más que la mentira, aunque esta siempre esté teñida de traición. Duele, porque una verdad es inalterable y odio que no pueda controlar todo a mi antojo. Es como saber la fecha de tu muerte, ni el mayor curioso podría vivir con ello. Por eso odio que me digas la verdad más que acabes mintiéndome, porque tus mentiras forman parte de mi vida y de mi realidad, pero tus verdades me sacan a patadas de la sublime creación que mi imaginación ha ido tejiendo a tu alrededor, vistiéndote y engalanándote con triunfos futuros que aún no llegan.

     Despertarte y saber que la mitad de los recuerdos son recreados porque nada de lo que existió es verdad duele, duele porque prefiero ser una loca en su celda, una ciega sin bastón que una conocedora de todas las derrotas y desbaratos de la vida. Al fin y al cabo todos vivimos con la esperanza de borrar los pedruscos, rocas y guijarros de nuestro camino y reconozco que has sido tú quien ha ido barriendo los escombros que se acumulaban. Por eso me duele ahora, porque no sé si eso pasó de verdad o yo quisiera que hubiera pasado.

    No sé si eres tú o eres quien quiero que seas y tampoco sé si quiero encontrar la respuesta a esta incógnita, ya he reconocido mi cobardía y no me importa gritárselo a Bóreas, Céfiro, Noto o Euro, me da igual quien lo sepa, porque ya estoy plagada de verdades que no deseo esconder y que pesan más que cien mil mentiras.

     Pero si alguien tiene la culpa de algo, soy yo, por pensar que eras más de lo que realmente guardas. Por tasar sobrevaloradamente tu cuantía y ahora sentirme estafada por algo que yo misma consideré de calidad y compré. Realmente no quiero reventas, ni deshacerme, porque es mío y dentro de mis mentiras, eres una verdad camuflada que no me importa coleccionar, porque quizás sea conformismo o dependencia o no querer sentirme fracasada por algo que yo escogí, el caso es que ya es  mío y no sé vivir ni contigo ni sin ti.