viernes, 30 de septiembre de 2011

Hermano

Él es un héroe sin escudo ni fronteras. Es la épica de mi vida, el que me salva con su presencia, el que me mantiene dormida y tranquila mientras fuera de las cuatro paredes que me rodean, el mundo se me cae encima. Se mantiene en vela mientras mis sueños trabajan por convertirme en lo que soy. Desde muy pequeña se convirtió en padre y me cuidó como tal, aunque ese rol nunca le perteneció lo asumió con soberano cariño y dedicación. Supo enderezar la vereda, cuando está comenzó a torcerse directa a ningún sitio. Supo mantenerse firme, solo aquel que te quiere como él lo hace, manejará las riendas de tu vida cuando tus manos no tengan fuerzas para hacerlo. Nunca cogió el timón, pero sí me enseñó a mantenerlo directo al Norte que me pertenece.
Nunca le he visto derrumbarse ni flaquear en sus objetivos, es un claro ejemplo de luchador, de hombre noble y justo. Tal vez sea esa armadura de piel que le rodea que le hace ser quien es, a veces me preocupa que por dentro esté oxidada y no sea capaz de pedirme ayuda, pero estoy tranquila porque sé que él sabe como curarse la herrumbre de tanta humedad contenida, que lejos de salir por sus ojos se congela en su alma. Quiero ser el fuego que derrita sus ataduras como él lo ha hecho conmigo, quiero tener ese papel en su vida, como él lo tiene en la mía.
Sé que ha perdonado mis disparates y yo he aprendido a entender sus humores. Me ha acompañado desde el día en que nací y no le voy a abandonar hasta el día en que desaparezca. Da igual la distancia que nos separe, nos une un lazo aún mayor que los kilómetros y es el amor entre hermanos.

Mi libro.

Recuerdo exactamente el momento en el que lo cogí en mis manos. Los silencios que llené mirándole y hasta podría contar las sílabas de su prólogo de memoria. Aunque breve, fue intenso, pero no de esos que marcan para toda la vida, sino de esos que estropean la obra. Quizás por eso, lo que vino después se convirtió en un género novelesco inoportuno y que me desagrada. Una historia mal leída, una novela sin acentuación ni coherencia. Quizás esa primera lectura no pudo ser de otra manera, no lo sé. Lo que sé es que en ese instante no estaba preparada para leerlo con otros ojos que me permitieran corregirlo, ni siquiera disfrutarlo. Supongo que cada libro tiene su momento para poder sacar de él el mayor partido. Me arrepentí mucho y me frustré por no poder haber aprovechado la oportunidad de tener ante mí una obra de tal calibre, pero ya he dicho que ni me gustaba el género ni tenía coherencia (al menos para mí, la novela en sí es de esas que pertenecen al colectivo de literatura universal, de esas intachables).

Mucho tiempo después, con trabajo, dedicación y paciencia volví a coger ese libro en mis manos. No fue rencoroso, me dejó abrir sus páginas y viajar entre sus palabras. Encontré la mayor aventura. Quisiera leérmelo en dos días, pero cuando hago ese tipo de cosas, me salto pequeños detalles que lo convierten en lo que es, una maravilla. Pienso en sus letras cuando me levanto, durante el día, cuando me acuesto. Me levanta cuando estoy enferma, coloca mi pierna derecha en el suelo cada mañana para que todo sea perfecto. Se traduce en gotas de agua en cada ducha. Me mira desde sus páginas blancas y me besa incluso, con sus palabras. Gramaticalmente excelente, inmejorable su pragmática (podría incluso leerlo con los ojos cerrados, como si estuviera escrito para mí), el uso de la lengua...el uso de la lengua insultantemente perfecto. Se ha convertido en el libro de mi vida, me gusta tanto por lo difícil que supuso para mí tener acceso a sus páginas por lo que me ha enseñado de mi misma y por como me ha enseñado a valorar lo que tengo.

Se ha convertido en el libro de mi vida.